Cuando Alcobendas fue rojinegra
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La final de Copa entre el Reus y el Dominicos de 1990, con victoria gallega, provocó el viaje más masivo de hinchas reusenses de la era moderna, superando el millar. Querían celebrarlo en Cibeles.
4 de marzo de 1990. Reus vivía un idilio constante con ese equipo de hockey que devolvió ilusión desmesurada a la ciudad. No ganaba títulos, pero exhibía un embrujo misterioso que atrapaba a jóvenes y adultos. El cemento del templo se inundaba de cabezas y almas cada domingo. Era el Reus de Catxo Ordeig, con Nene Zabalia presumiendo de brazalete, Quico Alabart, Quim López, el ‘torero’ José Martinazzo, Joan Gavaldà, que murió un mes después tras un trágico accidente, y un jovencísimo Josep Maria Català. Pep Llonch daba clases de cómo moverse bajo aquellos arcos todavía de madera, una imagen muy nostálgica. Catxo creó una obra del romanticismo.
La escuadra rojinegra había completado una buena temporada. De hecho, sacó el billete para la gran final de Copa, en aquellos tiempos a un partido y en pista alternativa. Alcobendas, de tradición contrastada, se postuló para organizar la fiesta del KO. El Dominicos gallego, en aquella época instalado en la esfera internacional, se convirtió en el rival.
Dominicos era la consecución del trabajo en el colegio coruñés. Una labor de formación de jugadores brillante, que finalizaba con la apuesta en la élite de un equipo entusiasta, casi al completo formado por chicos de la ciudad, aspirantes a estrellas. Lo lideraban los hermanos Avecilla, Fernando y Alejandro. El segundo, internacional y uno de los mejores delanteros nacionales de la historia. Curiosamente, tres años después vistió de rojinegro. Hoy sigue manteniendo su residencia y su negocio en la capital del Baix Camp. Un joven Carlos Gil ya dirigía por aquel entonces. Entre sus discípulos se hallaba Carlos Figueroa, complemento de clase media, o Juan Copa.
Aquel domingo para la historia no se recuerda en Reus por el resultado. Su equipo cayó por 2-1. Decidió una diana de Benigno. Antes habían anotado Fernando Avecilla y Quim López. La final sí se rememora con afecto por los hinchas reusenses que decidieron vivir una aventura en Madrid. Fueron más de un millar. Probablemente el desplazamiento más masivo de la historia.
Sebas, Alfredo, José Mari, Xavi y Juan Carlos completaron el viaje copero en un Seat 131. Viajaron el mismo día de partido ya con entrada. El Reus había agotado en un plis plas el número de anticipadas que le había facilitado la organización. Los cinco hinchas acudieron a Madrid con la bufanda rojinegra y comieron en la Puerta del Sol, donde se juntaron con compatriotas ganxets que habían pasado el fin de semana en la capital. Además de los autocares facilitados por el club, coches particulares y furgonetas repletas de reusenses tomaron el camino hacia Alcobendas. Algunos necesitaron hacer cola en taquillas de madrugada, ya que se presentaron en el pabellón sin entrada.
Vecinos generosos
Sobre las ocho de la mañana, a pleno frío y con los entusiastas envueltos en mantas en la misma calle, los vecinos de Alcobendas devoraron generosidad para ofrecer café y desayuno en esa tensa espera por una entrada. Los hinchas rojinegros reventaron una de las gradas laterales del recinto. Antes del partido, en el bar, decenas de ellos, decidieron marchar sin pagar, ante la sorpresa de los dueños, que poco pudieron hacer ante ese ‘curioso acuerdo’. «Recuerdo que había una ilusión increíble en la ciudad. Nos supo muy mal perderla por la gente», admite Nene Zabalia, capitán de aquel equipo. «Éramos un grupo de amigos. Todavía veo aquella grada con toda la gente de Reus y un trocito de 300 que eran nuestros», confirma Avecilla.
El viaje de regreso a Reus resultó duro para los hinchas. Algunos decidieron dormir en la misma M-30 entre la tristeza y el hastío. Se había programado jarana en La Cibeles. La diosa se quedó esperando.